El día ha amanecido tranquilo. Un día más. El sol me llamaba a través de las pequeñas rendijas de la persiana. Daba vueltas en la cama, inquieto, sin ganas de levantarme, tumbado boca abajo, apoyando la cabeza en la almohada hacia un lado y hacia otro, en asincrónicos movimientos, miraba el reloj con indiferencia. Era hora de levantarse y preparar el desayuno. El olor a café y el sonido de la exprimidora me acabaron de espabilar. Partí media docena de nueces con parsimonia, preparé la miel, la mermelada, los cereales y las galletas y puse la leche en el microondas.
Terminado el desayuno me enfundé el chándal y nos fuimos a dar el correspondiente paseo matinal.
Una hora caminando a buen ritmo para desentumecer la artrosis de la mente. Siguió la rutina de todos los sábados: la compra en el super, un rato con mi nieto en el parque y a preparar la comida.
La tarde fue perezosa, como todas. Un rato cuidando las plantas de la terraza, otro tanto frente a la computadora y la visita diaria a mi madre. La lectura la dejé para otro momento, que no llegó.
La noche se presenta confusa. Un repaso al correo, facebook, twiter y ahora utilizando mi blog como excusa para redactar mi diario. Triste y pobre balance del día. De todos los momentos me quedo con los que pasé con mi nieto y un propósito de enmienda: mañana comer un poco menos.
El desayuno ,la caminata ,la compra ;tienes la vida llena y rematas el final con lo que da vida a la vida , tu querido nieto
ResponderEliminarUn fuerte abrazo