Un instante, un segundo, el último tic-tac, su tiempo congelado... Él estaba acostumbrado a medir su tiempo, ese tiempo que le dieron en el momento de nacer, mejor dicho, en el instante de su concepción. Utilizaba su reloj, un calendario, los astros, los eventos que para él eran importantes. Acompañaba a tu tiempo, su particular tiempo.Comenzó a ser consciente de ese compañero de viaje sobre los 9 años. Al principio se permitía ciertas veleidades con él, con frecuencia se permitía el lujo de ignorarlo.Al final se aferraba a él con una fuerza inusitada. Y una vez consumado y agotado quedó anclado en el pasado, un pasado cada vez más distante , al que vemos como un punto que se difumina según nos vamos alejando , acompañando a nuestro particular tiempo en un viaje sin retorno.
Los que continuamos el viaje no entendemos que ese devenir quede congelado, que, sin darnos tiempo a pestañear, pase ante nuestros ojos sin poder atraparlo, porque somos nosotros los que seguimos dejando atrás el tiempo interrumpido, dejando atrás ese instante, ese punto que se difumina más y más, según nos vamos acercando a nuestro destino, acompañando a nuestro particular e inseparable tiempo.
Y así, muchos aprendemos a ir a la velocidad del tiempo y a veces rozamos la eternidad de un beso de mujer o una puesta de sol o un te quiero abuelo.
ResponderEliminarUn abrazo
De pequeña, cuando fui consciente del paso del tiempo, y de que existía la muerte, quería haber sido piedra, por ese concepto de que la piedra nos sobrevive a todos.
ResponderEliminarAhora creo que lo mejor es no pensar en que el tiempo pasa
y vivir el día a día lo mejor que se pueda, sin olvidar que nunca volveré a ser tan joven como hoy...
Abrazos.